lunes, 17 de marzo de 2014

EL AFILADOR

Curiosamente es uno de los pocos oficios que tienen la particularidad de ser ambulante, los que tenemos una edad podemos recordar aquellos afiladores que llevaban un carro muy peculiar, se trataba de una gran rueda de madera con llanta metálica, que giraba gracias a la acción del pie del afilador sobre un gran pedal de madera y hacía girar una muela de un grano muy fino, además refrigeraba la pieza que afilaba con un chorrito de agua. 
"¡El afiladooooor..!" hace unas décadas estas dos palabras se escuchaban, junto a un característico sonido, en las calles de toda España. Las profesiones y los trabajos, sin embargo, cambian y se adecuan en función de las necesidades del mercado. La tecnología, la competitividad y la falta de tiempo hacen que la mayoría de los trabajos que requieren un esfuerzo manual sean reemplazados por la industria, por lo que ante este vertiginoso ritmo, el afilador ha desaparecido casi por completo de las ciudades. Su característica melodía suena ya a nostalgia, ya que no existe generación de relevo que pueda continuar el oficio de los afiladores que, paulatinamente, van llegando a la edad de la jubilación.
El afilador avisaba al vecindario que había llegado, rozando un trozo de plancha de hierro sobre la llanta de la rueda, cuando ésta estaba girando, el resultado era un silbato muy estridente y característico, el afilador se paraba delante de las casas y esperaba un rato para que, empujados por el reclamo del sonido, salieran hombres y mujeres a hacer sus encargos. Había afiladores que complementaban su actividad con el arreglo de paraguas e incluso tapaban agujeros en cazuelas y ollas.

Afilar cuchillos o tijeras puede parecer sencillo, pero esta profesión requiere algo más que una buena piedra; para realizar un buen trabajo, el afilador debe poseer cualidades como experiencia suficiente, buen uso del tiempo y un gran interés por el detalle. Asimismo, es esencial manejar las claves de la negociación: Precisamente, el negociar es una de las características que hacen del afilador una profesión con temple, ya que desde la más temprana edad los afiladores aprenden a comerciar y obtener todo tipo de pago, con el único fin de sobrevivir.
Con el paso de los años hubo progresos, los carritos se empezaron a cambiar por bicicletas y más adelante por motos equipadas en su parte trasera con un motor que hacía girar la piedra de afilar, la evolución también llegó con la forma de hacer saber su presencia, el nuevo sistema, una especia de flauta - silbato, llamada “bufacanyes” o flauta de pan con forma de arpa, pero de plástico, que también da un sonido muy particular.

Otra curiosidad es el origen de los afiladores, mayoritariamente eran originarios de Galicia, sobre todo de la provincia de Ourense. Hay un dicho que dice "Ourense tierra a chispa" haciendo referencia a la chispas que hacen los afiladores cuando afilan un cuchillo o herramienta de corte. Oficio duro, tiene que pensar que cada día visitaban varios pueblos y se quedaban a dormir en el pueblo en que se les hacía de noche para el día siguiente poder seguir el camino. Sus clientes potenciales eran sastres, carniceros, pescaderos, agricultores y particulares. Antiguamente, antes de que aparecieran los afiladores la tarea de afilar la hacían sólo los herreros, pero la comodidad la daba el afilador que venía a la puerta de tu casa, hizo que los herreros se quedaran sin trabajo de afilar, sin embargo había herramientas sobre todo del campo escarpes o punzones, que cuando estaban melladas antes de afilar se tenían de tratar en la fragua la operación consistía en calentar la pieza en la fragua hasta el punto que el hierro se pusiera de color rojo cereza y luego repicar con el martillo la pieza mellada sobre el yunque hasta rehacer el área del corte dañada, para hacer este trabajo el afilador no tenía medios para hacerlo.
Actualmente, afiladores ambulantes no creo que queden muchos, la actividad ha quedado muy limitada, sin embargo aún se puede encontrar alguna tienda que te puedan solucionar el problema, y ​​donde además de afilar puedes comprar cuchillos y otras herramientas de corte nuevas.
Otra imagen que hoy ya no se da era cuando los carniceros o pescaderos iban a hacer un corte, rozaban el corte del cuchillo con una barrita redonda, de hecho era una piedra de esmeril de un grano muy fino, lo hacían para de tener el corte del cuchillo con una calidad óptima. Actualmente los aceros que están hechas las herramientas de corte son de muy buena calidad y ya no hay que hacerlo.  
La sociedad de consumo con el principio de usar y tirar, ha perjudicado este oficio que está basado en el aprovechamiento de la herramienta, que cuando ha perdido su función de cortar debido a su uso, antes que afilarlo, se tira.

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viernes, 14 de marzo de 2014

EL ESPATO "Espartero"

«La herramienta más importante son mis manos»
 «El que trabaja el esparto de pan no muere harto».    Refrán murciano
 Hay dos tipos de esparteros: los que quieren y pueden y los otros.
    
Matias el espartero
 Así de claro se expresa Matías Guillen, el de la casa Pedriñán. En sus palabras, nada del «Todos somos iguales», tan en boga hoy en día.
«Para ser espartero hay que tener las manos dulces, suaves», precisa,  «y no todo el mundo las tiene. Algunos de mis alumnos, después de varios años, aún no lo hacen bien; en cambio, otros lo consiguen en quince días. Lo importante es tener el don».
En realidad, nuestro hombre se expresa de manera tan tajante porque quiere que su arte sea reconocido, que se distinga al artista-artesano del artesano ordinario o del comerciante, que sólo piensa en sus ventas.
            Como la mayoría de sus colegas, Matías se inició en el arte del esparto de muy joven. «Empecé a los doce años», explica, «Aprendí poco a poco. Primero con mi padre, luego con un hermano de mi mujer que lo hacía muy bien. También me formé mucho solo, experimentando, probando…».
En aquellos tiempos, hace sesenta años, el mundo era diferente. No había ni plásticos ni caucho. De hecho, la industria petroquímica apenas existía, estaba en sus primeros balbuceos, así que cada uno tenía que fabricarse un montón de objetos cotidianos, como las esparteñas, los capazos para las olivas o los serones para los burros.
Matías se acuerda perfectamente de lo que podríamos llamar la «época de esplendor del esparto».
«La gente se reunía por la noche», declara, «después de acabar con el trabajo en la huerta. Mientras las mozas hacían punto, los hombres elaborábamos objetos de esparto. En aquella época, los hombres éramos casi todos esparteros. Me refiero a la posguerra. Naturalmente, trenzando la pleita, hablábamos, comentábamos las cosas, contábamos chistes y episodios que les habían pasado a los vecinos. Trabajábamos y nos divertíamos a la vez. Solíamos quedarnos hasta las doce de la noche».
Los esparteros abundaron en Mula hasta los años sesenta. De hecho, nuestra región ha sido siempre rica en esparto.
Hoy, por desgracia, no quedan más que dos: Matías y otro, un hombre muy mayor, que podemos ver de vez en cuando frente a la iglesia de San Francisco, absorto en la fabricación de alguna cesta.
En general, el trabajo del esparto era complementario a la ocupación principal, la que procuraba el sustento. Sólo una minoría, y por motivos de salud, lo ejercía de manera profesional. «Empecé a dedicarme en serio al oficio por culpa de una grave operación del corazón», explica Matías. «Necesitaba alguna actividad más tranquila que la mía, pues yo era obrero agrícola».
Hoy, a la edad de setenta y siete años, el hombre sigue trabajando tranquilamente, a su ritmo, más para entretenerse que por otra cosa. De hecho, nadie espera sus obras.
«Hace veinticinco años había demanda, sacaba para mis gastos. Ahora ya no es así».
Matías hace de todo con el esparto, objetos prácticos, decorativos, cualquier cosa.
«Yo me encuentro preparado para hacer lo que sea,» asegura. «Hago muchas cosas prácticas, es verdad, por ejemplo, leñeros, capazos, jugueteros, espuertas. Pero eso no es todo. Hago también miniaturas, esparteñicas, por ejemplo. En los ochenta tuvieron mucho éxito; mucha gente las colgaba en el retrovisor de su coche».
Nuestro espartero no tiene taller. Trabaja en su salón, sentado en el sofá, con una mesa baja frente a él.
Cuando fui a visitarlo estaba haciendo pleita. Con dos agujas de red, parecía tricotar.
«La pleita, tira de esparto trenzado que se usa como base para montar objetos, se hace de diecinueve maneras. Puede tener desde de nueve hasta treinta y cinco hilos. La suelen hacer mujeres, la hacen por metros; la que yo utilizo la trenzo yo mismo».
Observo los útiles de trabajo y me pongo a fotografiarlos. «Sobre la mesa, tengo de todo», interviene Matías, «punzones, agujas, niveles para las medidas, martillo, alicates, guantes para coger el esparto… pero lo más importante no está en la mesa, lo más importante son mis manos».
Por supuesto, los esparteros tienen que ir a recoger su materia prima una vez al año, entre julio y agosto. No se compra en ninguna tienda. ¡Y Matías no falta a la regla!
«El esparto lo siego yo en el monte», explica Matías, «Por aquí hay en muchos sitios. Se trata de una planta que crece muy bien en ambientes desérticos. Lo cosecho verde, lo pongo al sol extendido y, al cabo de unos veinte días, cuando ya lo veo tostado, lo recojo. Para trabajarlo, hay que ponerlo a remojo de un día para otro».
Actualmente, Matías está contento. Cumple con el sueño de muchos artesanos: está transmitiendo su saber.
¿Hay algún rayo de esperanza? ¿Los esparteros están destinados a sobrevivir en nuestra región?
«Las personas que acuden a mis clases, dos chavales y un señor mayor, lo hacen en plan de hobby», explica, «no tienen como objetivo ser profesionales, ni siquiera ser capaces de realizar un trabajo profesional. Algo podrán hacer, claro, eso espero, pero no mucho. En todo caso, no serán mis continuadores».
Una cosa que llama la atención cuando nos encontramos con Matías es la relación que tiene con su mujer.
Es frecuente que las parejas de artesanos estén muy unidas, pero en este caso hay algo más que una simple unión, existe una verdadera complicidad.
«Mi mujer me ayuda mucho», confiesa nuestro interlocutor. «Me da ideas, pinta los objetos después de que yo los haya terminado… Ella fue modista y tiene mucha vista. Está en cada momento de mi vida creativa».
Su esposa, en todo caso, lo acompaña por todas partes. Es difícil ver al uno sin el otro. Tengo la impresión de que son como esas «esparteñicas» que fabrica, que una vez colgadas en el retrovisor de un coche, bailan constantemente al mismo ritmo.
Un domingo de abril fui a visitar a Matías al mercado artesanal del Paseo. Me había invitado a que fuera a verlo.
Lo encontré allí delante de su pequeño puesto, en primera fila – ¿para estar más cerca de los clientes?–, mientras que su mujer estaba detrás, quizás vigilando el escaparate.
Matías compartía mesa con otra persona, el Federo, un creador original que realiza esculturas a partir de ramas de árbol. El otro espartero muleño estaba a una distancia respetable.
Había mucha gente, muchos transeúntes. La buena temperatura invitaba, desde luego, al paseo. Unos amigos de Matías se acercaron y se quedaron hablando, como si estuvieran en el bar o en la plaza mayor pasando el tiempo…
A la gente le gusta el esparto, no hay lugar a dudas. En el mercadillo artesanal, mientras Matías y sus amigos estaban hablando, los curiosos no dudaron en interrumpirlos más de una vez.
Ahora bien, como diría Matías: «Me parece evidente que a la gente le gusta el esparto pero el problema no está allí… el problema es que prefieren mirarlo que comprarlo, contribuyendo así a que el oficio caiga en el olvido».

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